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Parkinson. Cómo la Enfermedad Hizo que Michael J. Fox Pasase de Superestrella Juvenil a héroe Maduro, VIDEO

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Parkinson. Cómo la enfermedad hizo que Michael J. Fox pasase de superestrella juvenil a héroe maduro. VIDEO

Parkinson. Al protagonista de ‘Regreso al futuro’ le diagnosticaron Parkinson a los 29 años y le dijeron que solo podría trabajar diez más. 28 años más tarde sigue sin rendirse.

https://elpais.com/elpais/2018/08/02/icon/1533218680_303719.html

Una tarde de otoño en 1984, Michael J. Fox (Edmonton, Canadá, 1961) almorzaba durante un descanso del rodaje de Teen Wolf (De pelo en pecho). Su comida era un batido, que él sorbía con una pajita porque las prótesis faciales le impedían abrir la boca. De repente, aparecieron los operarios de rodaje de Regreso al futuro, una fantasía de aventuras producida por Steven Spielberg y protagonizada por Eric Stoltz. “Yo conocía a Crispin [Glover, quien interpretaba al padre de Stoltz] y pensé: ‘Mierda, Crispin sale en una peli de Spielberg y yo aquí en Pasadena maquillado como un hombre-lobo y bebiendo un batido en pajita”, recordó Fox.

 

“Las representaciones de los personajes con discapacidad en televisión suelen ser sentimentales, con música de piano suave de fondo y yo quería demostrar que los discapacitados pueden ser gilipollas también”

 

Michael J. Fox había dejado el instituto a los 17 y su padre conducía los 2000 kilómetros que separan Vancouver de Los Ángeles cada vez que tenía una audición.

A los 20, ya establecido en California, Fox vendía sus muebles para pagar comida.

A los 21 consiguió un papel en Enredos de familia, una telecomedia donde interpretaba a un adolescente hijo de ex-hippies pero admirador de Ronald Reagan. Teen Wolf (De pelo en pecho) era su primer protagonista en cine.

Eric Stoltz era un actor de método heredero de Pacino, Hoffman y Nicholson. Construía sus personajes de dentro a fuera, exigía que todo el mundo se refiriera a él como “Marty McFly” –porque jamás salía del personaje– y discutía constantemente con el director, Robert Zemeckis, sobre las motivaciones y la psicología de Marty.

La actitud de Stoltz complicaba el rodaje, pero el estudio habría pasado por alto sus broncas, su excentricidad y su agresividad si al menos diese bien en cámara. No era el caso.

Eric Stoltz se tomaba tan en serio su personaje que resultaba incómodo de mirar y ningún chiste parecía un chiste.

Así que tras seis semanas de rodaje y en un movimiento inédito en Hollywood, Zemeckis y Spielberg acordaron con el estudio reemplazar a Stoltz y rodar todas sus escenas de nuevo aunque eso subiera el presupuesto de 16 a 19 millones de dólares.

Sabían que la película lo merecía.

Sabían que tenían un bombazo entre manos, pero que con Stoltz les iba a explotar en la cara. Como explicaría Zemeckis años más tarde, Stoltz interpretaba al personaje de Marty McFly pero Michael J. Fox era Marty McFly.

 

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Michael J. Fox con su esposa, Tracy Pollan, en un evento en Nueva York en 1995.

En realidad Fox siempre fue la primera opción para Regreso al futuro, pero su calendario en Enredos de familia le impidió participar (él nunca llegó a enterarse de esta negociación, llevaba a cabo entre las productoras sin consultarle) y esta vez Zemeckis apostó por su primera corazonada e hizo todo lo posible por encontrar una solución:

Fox rodaría la película durante los ratos libres de la serie (por la noche, al amanecer, los fines de semana).

En 1985, Regreso al futuro se convirtió en la película más taquillera del año, Michael J. Fox en el adolescente más famoso del planeta (aunque tuviera 24 años ya) y hasta Teen Wolf (De pelo en pecho) acabó siendo un éxito sorpresa.

En aquella misma temporada pasó de competir en los Emmy como secundario a ser nominado como protagonista por Enredos de familia. Lo ganó.

“Pasé de ser un chaval al que las chicas no le daban ni la hora a leerles la hora yo a ellas desde el reloj de su mesita de noche”, contó a la edición estadounidense de Esquire.

“Yo tenía esa imagen de chico mono y abrazable que, mientras me sirviera para echar un polvo, no me importaba demasiado”. Fox era lo contrario a un actor de método.

Era un disfrutón. Los adolescentes no querían ser como él, sino que sentían que ya lo eran. Cuando le preguntaban por su técnica interpretativa, Fox desmitificaba su trabajo repitiendo aquel mantra de Spencer Tracy:

“Apréndete tus líneas y no te choques con los muebles”.

 

Una mañana de martes de noviembre, en 1990, Michael J. Fox se despertó en la suite presidencial del hotel Gainsville de Florida con un temblor en el dedo meñique de la mano izquierda que él achacó a la resaca. Tenía 29 años.

El actor bebía a diario para soportar sus miedos a que toda su carrera se derrumbase: la trilogía Regreso al futuro acababa de terminar,

Enredos de familia también y, al borde de la treintena, sus papeles adultos estaban fracasando de tal modo que recurrió a Doc Hollywood, la que sería su última película con espíritu adolescente.

La vida adulta de Fox ya parecía escrita: sería recordado para siempre como un ex-niño prodigio, a pesar de que se hizo famoso con 24 años, y se pasaría el invierno de su carrera firmando autógrafos en convenciones de fans y diciendo “Qué fuerte, Doc” cada vez que alguien le cediera un micrófono.

Y cuando ese parecía el peor escenario posible, un doctor le diagnosticó Parkinson, una enfermedad degenerativa que afecta al sistema nervioso, y le dio diez años más de carrera profesional.

 

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El papel que hizo famoso a Fox: el de Marty McFly en ‘Regreso al futuro’ (1985). En la imagen, con su compañero de reparto Christopher Lloyd.

Fox recuerda que durante meses lo único que hizo fue beber para no tener que enfrentarse a la vida en la que él había atrapado a su mujer y a su hijo de dos años.

Una mañana se despertó en el sofá, apestando a alcohol, con su hijo de tres años gateando sobre él y media lata de cerveza aún en el suelo.

Cuando abrió el otro ojo se encontró a su mujer, Tracy Pollan (quien interpretaba a su novia en Enredos de familia y con quien se casó en 1988), mirándole sin rabia ni asco, sino con indiferencia.

 

Fox entró en tratamiento aquel día y no ha vuelto a beber desde aquella mañana. “A causa de mi enfermedad, a veces pierdo el equilibrio.

A veces arrastro las palabras, veces me choco con la pared, veces no recuerdo el nombre de la gente.

¿Por qué iba a querer beber para manufacturar un estado en el que ya vivo?”, bromeó durante una entrevista con Rolling Stone.

 

Una noche, mirando la televisión, Michael J. Fox sufrió una emboscada.

El asaltante era una versión joven, sana y en control de sus facultades motoras de sí mismo y el actor no fue capaz de cambiar de canal. Al día siguiente Fox llamó a Lonnie, la mujer de Muhammad Ali, para preguntarle acerca del horror de enfrentarse a uno mismo en el pasado.

La mujer de Ali le aclaró, tal y como cabría esperar del púgil megalómano, que le encanta verse a sí mismo y que jamás se cansa de mirarse.

En 1998, incapaz de seguir disimulando los síntomas, Michael J. Fox habló en público sobre su enfermedad.

Dos años después, justo cuando su médico había vaticinado el final de su carrera, abandonó la telecomedia Spin City, que él protagonizaba y llevaba emitiéndose con éxito desde 1996.

En su última aparición se tomó la licencia de, enfundado en una cazadora universitaria que le hacía parecer aquel adolescente pero con rasgos exhaustos, saludar al público con emoción resignada y abrazar uno por uno a sus compañeros de reparto.

Se saltó el guión como solo las telecomedias grabadas en decorados permiten, pero también como un deportista que tiene que renunciar a su vida demasiado pronto.

La emocionante secuencia en la que Michael J. Fox se despide de sus compañeros de ‘Spin City’. La serie siguió emitiéndose durante dos años más sin él.

Sin embargo, Fox recordó su propia mentalidad en el colegio cuando, dada su estatura (mide 1,62), siempre le elegían el último en los deportes: “Si me coges el último, haré todo lo que pueda para dejarte mal”. Desde aquella retirada (que no fue tal) ha publicado tres libros, ha recaudado más de 400 millones de euros con su fundación The Michael J. Fox Foundation y ha aparecido en nueve series de televisión.

Sobre The Good Wife, donde interpretaba a un villano, explicó que “las representaciones de los personajes con discapacidad en televisión suelen ser sentimentales, con música de piano suave de fondo y yo quería demostrar que los discapacitados pueden ser gilipollas también”.

En Curb Your Enthusiasm, Larry David le echaba en cara que exagerase sus síntomas para irritarle. Y en The Michael J. Fox Show, su regreso como protagonista en 2013, contó con humor el día a día de una familia cuyo padre tiene Parkinson: el público le aplaudía cada vez que irrumpía en el decorado, porque veían a un enfermo de Parkinson, pero su familia no.

Ellos no hacían concesiones y en la primera escena de la serie, mientras Fox trataba de coger con cuidado dos huevos, su mujer le decía: “Por Dios, Mike, no hay tiempo para una victoria moral, tenemos hambre”.

“La gente me mira con miedo y tristeza en sus ojos” explicó el actor. “Aunque yo esté bien, la gente tiene miedo. No me gusta provocar lástima. Ojalá fuera yo el autor de esta frase, pero no lo soy: la lástima es una forma benigna de abuso”.

 

Sus amigos le llaman Ghandi porque se pasa el día recitando proverbios (“mi felicidad crece en proporción directa a mi aceptación y en proporción inversa a mis expectativas”) o parábolas (“si un grupo de personas se sienta en círculo, cada una pone su peor problema en el centro y luego tienen la opción de coger otro, todas cogerán el suyo de nuevo”).

Pero Michael J. Fox no es un líder espiritual, sino alguien que aspira a dejar atrás un mundo en el que el Parkinson está más visibilizado, más socialmente asimilado y más cerca de una cura.

Incluso sueña con bailar en las bodas de sus cuatro hijos (Sam, de 29 años; las gemelas Aquinnah y Schuyler, de 23; y Ésme, de 16), ninguno de los cuales le ha conocido sin Parkinson. “Si les preguntases cómo me describen, pasarían por una larga lista de adjetivos antes de siquiera pensar en el Parkinson”, aseguró el actor al periódico británico The Guardian.

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Una de las más recientes apariciones públicas de Michael J. Fox: con su esposa Tracy Pollan en la gala Museum of Modern Art Film Tenth Annual Benefit en 2017.

 

“Cuando recibí el diagnóstico decidí trabajar solo en cosas que me gustaban, algo que no creo que hubiera hecho de estar sano –reconoció en esa misma entrevista– porque había demasiado ego. Si no fuera por el diagnóstico, tampoco habría dejado de beber y quizá mi mujer y yo nos habríamos separado por ello”.

¿Acaso le ha acabado viniendo bien la enfermedad? “Si Dios, o Buda, o Bill Gates, o Sergey Brin pudieran curarme, no creo que lo aceptase. Porque no habría vivido lo que he vivido y aún puedo hacer lo que quiero: al fin y al cabo, sigo pudiendo hacer series.

¿Qué he perdido entonces?”, reflexionó Fox, quien también aseguró sentir compasión por aquel joven que durante el rodaje de

Regreso al futuro hizo instalar ceniceros en todos los márgenes del plano para fumar mientras no estaba en pantalla. “No apreciaría las cosas que aprecio hoy de no ser por mis experiencias”, concluye.

 

“La gente me mira con miedo y tristeza en sus ojos.

Aunque yo esté bien, la gente tiene miedo. No me gusta provocar lástima.

Ojalá fuera yo el autor de esta frase, pero no lo soy: la lástima es una forma benigna de abuso”

 

Han pasado 28 años desde que le dijeron que le quedaba una década de carrera profesional y, al margen de su enfermedad, Michael J. Fox está en plena forma: practica pilates, sigue una dieta estricta, juega al golf y mantiene una vida sexual activa (“lo que nunca está claro” matizó, “es quién va a ser el agente en movimiento”).

Asegura que el Parkinson le ha hecho mejor actor porque siempre dudaba qué hacer delante de la cámara y ahora tiene que reaccionar a los espasmos de su propio cuerpo para incorporarlos a la escena:

“Ya no me preocupo de lo que quiero hacer o cómo quiero mirar porque una vez ahí quizá no sea capaz de hacer eso o de mirar así, quizá no pueda ni agarrar el vaso”.

Este no es el futuro que le correspondía a Michael J. Fox, pero es el presente que le ha tocado.

 

“Muchos enfermos de Parkinson se encierran en sus casas porque les da vergüenza que les vean así. ¿Así cómo? ¿Tal y como eres?”.

 

Para muchos, su discurso casi católico de “todo ocurre por una razón” sonará desesperado, ingenuo y un poco iluminado, pero Michael J. Fox es un tipo que un día estaba comiendo su almuerzo con pajita y una máscara de lobo y al día siguiente era el chaval más famoso del planeta.

Un chico que, como tenía que rodar la escena del Delorean en el instante más frío de la madrugada, pidió algo para no resfriarse y le dieron el que hoy es el chaleco más icónico de la historia del cine.

 

¿Cómo no va a creer en el destino?

 

VIDEO: La emocionante secuencia en la que Michael J. Fox se despide de sus compañeros de ‘Spin City’. La serie siguió emitiéndose durante dos años más sin él.

 

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